Año 2.000. Aún me acuerdo de Matías Prats informando del trabajo de los servicios de limpieza en la Puerta del Sol de Madrid después de la celebración de Nochevieja. Era solo un número, pero el inicio de un nuevo milenio suponía un gran cambio para todos, no solo de moneda, sino de mentalidad después de un siglo de guerras, hambre y falta de libertad.

año 2000 

Ese verano fue para mi el último en el Colegio Público Jarama de Mejorada del Campo antes de pasar al instituto, pero sobre todo, el último en el piso donde viví los primeros 14 años de mi vida. Para no ser una carga en la mudanza, mis padres me enviaron junto a mi hermana y a mi prima (y también vecina porque se mudó a nuestro lado) a un campamento en la Sierra de Madrid.

Cuando volví, me encontré con un chalet adosado recién construido y lo primero que hice fue comprobar que mis ahorros seguían en la hucha donde los dejé. Pocos días después, camino de ver a mis primos en el Ford Sierra rojo, mi madre notó que estaba algo triste: «Eres una persona a la que le cuesta adaptarte a los cambios», me dijo. Pensé que era algo temporal, ya que en el enorme patio interior del piso (y con un árbol al que dediqué este artículo) no me faltaban amigos con los que jugar; amigos de los que me distancié al cambiar de vivienda. Pero parece que es algo de mi personalidad. 

Es cierto que tengo dificultades para adaptarme a los cambios (a veces pienso, ¿quién no las tiene?), pero a diferencia de mi época adolescente, no tengo miedo a ellos. Antes, con 16 años, solía comprar un Cornetto de fresa en las fiestas de mi pueblo y dar una vuelta para hacer ver a mis padres que tenía amigos (más allá de Juancar -al que ya no veo- y Carlos) con los que salir. Ahora y por primera vez en mucho tiempo, celebré mis 29 años rodeado de mucha y muy buena gente, aunque faltaron algunos más por las vacaciones. 

amigos
Algunos de los invitados en mis 29 cumpleaños

Si tengo esos amigos, es debido a las decisiones que he ido tomando en todos estos años. Decisiones que repercuten en cambios. Cambios en mi personalidad (intentar ser más valiente, voluntarioso, abierto…) y en mi vida (trabajar en Londres, vivir en Madrid…), pero siempre con mi familia a mi lado. Cambios que hacen, 16 años después de ese campamento, que me encuentre finalizando mi tercera mudanza en Madrid y que mi prima (sí, la del campamento) esté ultimando los preparativos de su boda.  

Una mudanza, que se case un familiar, quedarme sin trabajo, viajar al extranjero… son cambios y experiencias que me podía imaginar. Lo que nunca pensé, es que en la noche del 5 de agosto de 2016, se iba a presentar sin avisar en mi casa y en mi cumpleaños, el que quizás es el cambio más importante. Un cambio, y al que no me está costando adaptarme, que ha sabido ver todo ese progreso que he intentado conseguir desde llegué del campamento con 14 años y una casa nueva. 

la felicidad solo es real cuando se comparte

Tengo la sensación, que la frase a la que tanto me apego para describir la profesión de periodista de «aprendiz de todo, maestro de nada», va mucho más allá. Vivir, como ocurre con los Pokemon (ahora que está de moda Pokemon Go), es una constante evolución donde la humildad, la paciencia, la iniciativa y las ganas de aprender juegan un papel fundamental para conseguir nuestros objetivos: una buena casa, un buen trabajo, unos buenos amigos… Pero todo eso no se fortalece, no llega a tener todo el sentido si, como dijo el gran Alexander Supertramp, no se comparte. «Porque la felicidad solo es real cuando se comparte«. Y yo, por fin, por primera vez, la estoy compartiendo con alguien muy especial. Que haya llegado más tarde no me importa, solo ayuda a que lo viva con más intensidad. Con la misma intensidad con la que todos los españoles recibimos al año 2000.