¿Se puede escribir sobre un árbol? Heidi tenía un abeto que le susurraba, Los Hobbits, en El señor de los Anillos: Las dos torres, contaron con los vetustos árboles del misterioso bosque de Fangorn para acabar con el malvado Saramon. Aquí, en un nuevo artículo de Lagunas del periodismo y, conmemorando su primer aniversario, el protagonista será un pino, pero no cualquiera: «El árbol de la mesa redonda».
Primera parte
Majestuoso, ingente y servicial. Así es el “Árbol de la mesa redonda”, bautizado por los niños nacidos en la década de los ochenta que crecieron bajo su legado durante su infancia, la mejor época de la vida.
Rodeado por decenas de hogares y contemplado por una mesa de piedra, este pino está ubicado en La quinta San Fausto de Mejorada del Campo, un barrio del pequeño pueblo madrileño que destaca por los bloques de pisos que dan cobijo a la mayor parte de los mejoreños. Uno de ellos fui yo.

En realidad, me siento un privilegiado. Residía en el bloque interno, el único en el barrio. Es como un cuadrado dentro de un gran rectángulo. Y, al vivir en un 3º, pude contemplar desde que nací hasta los 14 años todo el esplendor de esta belleza que me resguardó de la lluvia, dio sombra en el verano, me acompañó en las siempre malogradas huidas de casa y me escondió en aquellos juegos casi olvidados en la actualidad como: el bote botero, la liebre o el rescate.
¡Vaya! Llevo escritos tres párrafos. Párrafos ideados en un día cualquiera del pasado mes de marzo en el que escuchaba en mi Seat Ibiza “Julia en la Onda” de Onda Cero, un programa donde se habló solamente de los árboles y de su importancia en la vida, pues ellos han visto pasar la historia, nuestra historia.
Volvamos atrás. Llegó un día en el que, tras regresar de un campamento de verano, me encontré en un nuevo hogar, más grande y cómodo, pero sin el aliento ni el sonido del árbol de la mesa redonda. Pasé de contemplarle a él, a tener, literalmente, vistas a la Catedral de Justo, conocida y admirada en España y en muchos lugares del mundo. Quizás, el único punto de interés turístico del pueblo.

Y aunque está a menos de 800 metros, habré visto el árbol una vez en el último lustro. Por entonces tenía 15 años, seguía pagando con pesetas y hacía los deberes de segundo de la ESO en la misma habitación en la que estoy escribiendo este artículo.
Ahora, con casi 24 años, una licenciatura y algunas experiencias vividas escribiré lo que sentí al verle de nuevo y los recuerdos de los más ancianos del pueblo.
Segunda parte
Entre esos ancianos está mi abuelo, mejor dicho «yayo», porque el primer término le hace sentirse más viejo a sus 80 años de edad. Y eso que, con un brazo dañado por el paso del tiempo y otro con un escaso porcentaje de movilidad debido a un accidente contra un camión mientras circulaba con su bicicleta, sigue cortando leña como un chaval. Su único nieto varón, aquí servidor, se limita a ayudarle, observarle y al mismo tiempo admirar su coraje, vitalismo y sentido del humor.

Él es Gregorio, mi verdadero árbol, aunque todos le llaman «Goyo». Gracias a su don de gentes y al cariño que le tiene todo aquél que le conoce, tuvo la oportunidad de hablar con Claudio, el portero de la Marquesa de Hinojaras, Doña Josefina Salamanca. Le contó que la Marquesa fue quien plantó el famoso pino hace casi un siglo. De ahí a la leyenda o el cuento infantil de que tras la mesa redonda se escondía un pasadizo oculto que conducía a la tumba de Doña Josefina. Mi pandilla nunca se atrevió a vulnerar su reposo eterno y lo único que hizo fue merendar, jugar a las chapas o reír en la mesa con la atenta mirada del árbol.
Quizás no sea una información contrastada, pero por una vez y aunque vulnere el código deontológico del periodismo, me dejaré llevar por la imaginación.
Tras una mañana lluviosa y siete días después de empezar este artículo, decidí visitar al gran árbol de nuevo. El encuentro fue extraño, pues recordaba al pino más grande o simplemente, yo era más pequeño. Le vi triste, nostálgico y secundado por una mesa redonda acorralada por los típicos bancos del «Botellón», un encuentro social que ha sustituido, en las tardes de los sábados, a los típicos juegos que erigían amistades y honestas competiciones.
Da igual. El patio mantenía esa fragancia primaveral que tanto añoraba y las hojas del pino, en las que siempre soñé con descender como veía en los cuentos infantiles, seguían amenazando con entrar al 3ºC.

Aunque en más da una ocasión las palomas del árbol depositaron sus excrementos en mi cuerpo o las orugas decidieron posar en mi cabeza, no le guardo rencor. No, a él no, pero sí a la vida. O a veces me lo pregunto. Porque en la Quinta San Fausto crecí con mucha gente despreocupada que, como dejó escrito hace cinco siglos Jean de la Bruyere, un moralista francés, no tenía ni pasado ni futuro, sino que gozaba del presente, cosa que rara vez nos ocurre a nosotros. Porque ellos eran niños. Porque C. lo fué y hace tres años dejó de latir su corazón por una larga enfermedad.
Pero me quedaré con esos años de continuo asueto para sustituir a la actual felicidad intercalada. Si el árbol de la mesa redonda pudiera escribir (hablar no me importa) diría que merece la pena, que hay que continuar con voluntad, vitalismo y buen humor ante la incertidumbre y las «ofertas» de la vida. O, ¿lo estoy diciendo yo? Qué más da, al fin y al cabo, todos los que le hemos conocido formamos parte de él.
Nota
En el primer aniversario de Lagunas del periodismo quería agradecer a todos los laguneros que se han atrevido a pasar por aquí. Les conozca o no les conozca. Un blog es un grito, quién sabe si a sí mismo, para expresarse y contar lo que, con voz, a veces uno no se atreve a contar.
Con casi 5 millones de parados en España y un futuro que se antoja pesimista, es necesario escribir más que nunca para afrontar lo que ha pasado, pasa y puede pasar. Echando un vistazo al árbol, me doy cuenta de la metáfora de la vida. Gracias.

He devorado el artículo en menos de un minuto. Realmente eres genial escribiendo, tienes una manera muy amena de contar las cosas. Logras sacar, de algo que en un principio puede parecer totalmente anodino, una historia fantástica. Siempre es una delicia leerte…¡¡actualiza más a menudo!!
Si el blog entendiera de sensaciones ya estaría sonrojado jejeje. ¡Muchas gracias! Tienes razón en que tendría que escribir más a menudo porque he hecho 13 artículos en 12 meses. Seguiré buscando temas y admirando a «laguneras» como tú que también se atreven a gritar en los blogs!
Algo ha cambiado desde entonces, sigo sin tener futuro, pero si pasado. Un pasado casi olvidado que me has hecho recordar. Cuando quitaron el banco de piedra que rodeaba al árbol sentí impotencia, porque casi no lo pudimos disfrutar. Peor me sentí cuando talaron a su compañero, situado unos metros mas adelante visto desde tu terraza. Temí por «el árbol de la mesa redonda» que esa noche se quedaba más solo.
¿Sigues a 800m? Me haces pensar que somos un poco como árboles, vemos lejos, andamos enraizados.
Yo veo tan lejos, tan despreocupado en el presente, que olvide echar la vista abajo, a la base, mi infancia. Vosotros.
Si C. es quien yo pienso, amigo, me ha echo entristecer. Esta es la razón por la que hoy asomo la cabeza en tu blog y grito, grito lo que la garganta no me deja por una faringitis.
Me pueden las ganas de llenar una botella de arena, darle una patada y mandarla lejos.
Ahora ve a por ella y vuelve de espaldas mientras yo me escondo.
Hola Rubén, amigo. Cuántas veces nos habremos acordado «Carlitos» y yo de esos juegos y momentos inolvidables contigo. También mantengo el contacto con Juan Car, que vive en el mismo sitio pero que ya no pisa el patio. Me ha encantado tu comentario, sincero y conmovedor. Y sí, el pasado no nos lo quita nadie, por eso conviene recordarlo aunque C. pase por nuestra memoria por un niño sonriente que ya no está. Y tengo que decir que me entristeció mucho el aspecto de la Quinta San Fausto, aunque siempre nos quedará el árbol de la mesa redonda. Muchas gracias por tu comentario y un fuerte abrazo, risi.