Temo dejar de ser quien soy

“Dieguito es la persona qué conozco que más ha cambiado en la carrera”. Son palabras que Pablete, uno de mis mejores amigos y hermanos con el que tantas experiencias he compartido, me suele repetir cuando hacemos una quedada Chill out. No sé si es por esta época de incertidumbre, pero las conversaciones con la gente que me rodea cada vez son más profundas, sinceras y con ese punto de emoción que a unas veces gusta y otras incomoda.

Incomoda porque recordamos el pasado. Recuerdo mis veranos en Oropesa del Mar (Castellón) con toda mi familia, un hecho que ya no se puede repetir por diversas circunstancias. Recuerdo el hormigueo que sentía cada Navidad y recuerdo la primera vez que entré en una clase de Periodismo, un 3 de octubre de 2005 donde tuvo lugar un eclipse solar. No sé si ese eclipse anticipaba la llegada de una saga cinematográfica, bajo mi punto de vista lamentable (Crepúsculo), o una época gris para los estudiantes y en definitiva todos los españoles que habíamos recibido el primer lustro del nuevo milenio con el Euro y toda la ilusión del mundo.

Eclipse 2005

Perdón por lo de Crepúsculo, pero afortunadamente no he perdido ni un ápice de mi sentido del humor. No así con el optimismo. El pasado 24 de diciembre, cuando me tocó el turno en la “ronda de los deseos” del nuevo año, no supe que decir con una copa de sidra en la mano. Unos se referían al amor, otros al trabajo, viajes y próximos proyectos. Y todos, evidentemente, mencionamos la salud. Pero cuando me tocó ser egoísta y hablar sobre mí, simplemente no supe que decir.

Ese jodido vacío, esa sensación de hastío, lo tuve, creo que por primera vez, trabajando como fregaplatos en el Hotel Hilton de Londres, Park Lane. Mientras limpiaba los carritos de room service agachado y con un mono sucio, le dije a Herminio, gallego de 61 años y una gran persona, “Herminio, nunca pensé que después de seis años estudiando iba a acabar de rodillas”. Los dos nos reímos mucho, pero por dentro me estaba descomponiendo.

Y si escribo estas palabras es porque me niego a aceptarlo. Puede que los políticos españoles, los bancos y los mercados nos priven de tener un trabajo, un mayor poder adquisitivo o unas vacaciones merecidas, pero nunca, nunca podrán intervenir en nuestra felicidad más directa. Un paseo por el campo con la familia, una cena improvisada con tu mejor amigo, una conversación sobre los motes de los vecinos con el abuelo, etc. Por poner un ejemplo, quizá inadecuado, aunque el autor de la matanza de Noruega esté en la prisión más lujosa del mundo, por muchas comodidades que tenga, no tendrá durante mucho tiempo uno de los valores más preciados por la humanidad: la libertad. Nunca os quitarán el derecho a ser felices.

Es tiempo de reconvertirse. Temo que se me olvide ser periodista con el paso del tiempo, temo dejar de ser el hombre en el que me he convertido gracias a cada una de las personas que ha pasado por mi vida. Temo no vivir más momentos como el de Oropesa del Mar. Pero lo que de verdad me da miedo, es que un puñetero eclipse, como una piedra en el camino, no me deje ver lo que de verdad importa: que siempre hay una oportunidad.

Aunque un poco tarde, ya tengo el deseo “egoísta” para 2013: una nueva oportunidad. Smile.