Esta mañana escuché a un bebé llorar mientras preparaba un Purifier (zumo de zanahoria con manzana, apio y jengibre) en mi trabajo. Y sonreí;  sonreí a carcajadas. Ese llanto es una buena señal. Indica que está sano y, aunque feliz en los cálidos brazos de su madre, necesita algo tan simple como dormir o comer.

Su única manera de comunicarse, hasta ahora, es llorando. Y para completar sus necesidades básicas recurre siempre a este recurso decidido, con energía y dispuesto a no parar hasta que consiga su propósito. Es débil pero persistente, tierno pero decidido. Sin embargo, a medida que se haga mayor, ya en la edad adulta, deberá tomar decisiones, asumir responsabilidades y, en definitiva, saber hacia donde orientar su vida. Y aquí muchos metemos la pata.

De nada nos sirve llorar. Sabemos comer por nosotros mismos y cuando irnos a la cama. Pero, a diferencia del bebé, a veces no somos conscientes de lo que queremos.

La primera cosa que deseé y pedí con desesperación fue una guitarra a los 5 años. Estaba de vacaciones en Sagunto en uno de los veranos más calurosos que recuerdo. A lomos de mi madre, después de pasar por una tienda de souvenirs, vi una guitarra preciosa y la quise con todas mis fuerzas. Mis padres dijeron que no. A cambio, tuvieron que soportar más de cuatro horas de llanto hasta que, sofocado, terminé dormido. 

Quiero una guitarra
Quiero una guitarra

Veinte años después recuerdo con nostalgia este momento que puedo visualizar gracias a las grabaciones de mi padre. No conseguí esa guitarra pero sabía perfectamente lo que quería. Ahora, estoy buscando desesperadamente una “guitarra”.  

Como una persona ninfómana que quiere evitar la horrible sensación de ansiar la práctica del sexo las 24 horas del día (aconsejo la película Shame de Steve McQueen), me mantengo a ocupado base de estímulos. Pero ansío rehabilitarme. Quiero  soñar, hacer algo que me llene, sentir que aprovecho cada segundo de mi vida. Y sé que, poco a poco, con esfuerzo, suerte y la fuerza del destino lo voy a conseguir. No en vano, un año después de mis vacaciones en Sagunto, mis padres me regalaron una guitarra con micrófono en la que canté, mejor dicho tarareé, Oliver y Benji con más fuerza que nunca.

Carlos Ruiz Zafón, en La Sombra del Viento, dijo que «El destino suele estar a la vuelta de la esquina. Como si fuese un chorizo, una furcia o un vendedor de lotería: sus tres encarnaciones más socorridas. Pero lo que no hace es visitas a domicilio. Hay que ir a por él”. Cada día me identifico más con esta frase. Aún no he encontrado mi destino. Pero de fondo me parece escuchar una hermosa melodía. Creo que es una guitarra. A por ella.