Es curioso. La vida es curiosa. Ayer, 02 de junio, me pregunté que se sentía al llorar. Perdí esa sensación. Y no porque careciera de motivos para hacerlo, pues he tenido malas experiencias desde que en tercero de la ESO rompí en lágrimas tras devolver a un cachorro de raza boxer bautizado como “Duque”. Mi madre no soporta los perros. Lo comprendí, lo respeté y lo acepté.

Es la primera vez que hablo de esto públicamente. Algo superfluo si lo comparo con la soledad que he pasado en algunos momentos de mi vida y sobre todo, las desgracias entre mis seres queridos.

Pero ahora tengo compañeros, amigos. Eso es. Y de los buenos. Por eso, esta mañana me acerqué a la facultad para que Edgar, mi tocayo en el «Experto en comunicación social y salud» y procedente de Perú, me nombrara su representante para hacer los trámites necesarios y de esta forma, enviarle la titulación a su país. Me gusta actuar así. Confío en la buena voluntad de las personas, en la empatía y en el cariño.

A las 12:45 nos hicimos una foto en la Facultad Ciencias de la Información para inmortalizar el momento. Quién sabe si le volveré a ver. “En Perú serás tratado como un Rey”, me dijo entre risas.

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Pero no hay que fiarse ni del Rey. A las 13:00 horas, tras realizar un Stop, conduje unos metros con mi coche (Saray para los conocidos) en primera cuando sentí un gran golpe, un latigazo contra un muro de hormigón. Un enorme Chevrolet Blanco cuyo conductor se bajó inmediatamente del coche para comprobar si su puñetera máquina estaba en buenas condiciones. Lo demás, era secundario, como opina el Señor Burns de los Simpsons.

Hecho esto, y aquí el servidor en estado de shock, me dijo esa persona, de unos 50 años, pelo blanco repeinado y vestimenta tipo Maximo Dutti lo siguiente: “Pensé que me habías visto”. Menos mal que el señor tenía un Stop, «saltado a la torera» y quería meter su juguetito en una calle prohibida. Quedamos en aparcar los coches e intercambiar los datos.

Fueron cinco los segundos los que tardé en, después de hablar con dos testigos de lo sucedido, perder de vista al Chevrolet. Yo no lo acepté hasta que Samuel, barrendero de la zona, me abrió los ojos inquiriendo: “Este se ha largado”.

Y rompí a llorar. Sentí esa agua salada caer por los poros de mi piel sin cesar, hasta que mi madre, mi ángel de la guarda, llegó para ayudarme con los papeleos, la depresión y la ansiedad. Y tras ella,  la policía, el Samur y la grúa. Los primeros, nada más aterrizar, pusieron tres multas a otros tres inconscientes que realizaron la misma acción que el Chevrolet. “El tío este es uno de guante blanco”, dijo un Agente. “Haremos un informe para evitar que esto vuelva a ocurrir” comentó otro. El equipo médico, por su parte, me tomó la tensión (muy alta) y analizó las contracturas de la espalda.

Sí. Lo sé. Lo mejor es que no me ha ocurrido nada grave físicamente. Y que, como dijo un miembro de Samur: “Debes saber que las apariencias engañan”. Pero a pesar de no tener la matrícula de ese individuo, quiero hacer una DENUNCIA. Una denuncia social.

No lloré porque mi coche quedara en muy malas condiciones ni por el dolor en el trapecio y en la espalda, lloré porque me sentí frustrado, abatido, timado, decepcionado. «Luego dicen de los jóvenes…» me comentó una señora en el Hospital del Henares. Pues sí, aquí hay de todo. Rubios, morenos, delgados, creídas, orgullosas, simpáticas, inconscientes, irresponsables, COBARDES. Por eso, no voy a dudar de las personas. De ellas me alimento. Saco lo mejor de mí. 

«Lo que más le importa a la gente es la gente». Aún recuerdo esa frase, apuntada de la clase de no sé quién profesor en el Máster de comunicación social y salud. Os dejo con este razonamiento y para resumir, con el comentario de un lagunero en el artículo «Enigmas», escrito hace unos meses. Hoy, no tengo ganas de escribir más. Gracias. 

«Desde mi interés general por todo, sin excepciones, me siento incluso identificado con lo leido, me interesa el ser humano en todos sus aspectos; nacimiento, formación, puestas en escena (vivir sin ir mas lejos), y cierre de la vida terrenal, asi que, si el planeta tierra es la casa de todos, yo pongo mi parte para que siga siendolo. Me entristece sobremanera los innumerables gestos “desinteresados” de tantas personas, mas o menos cultas. Hace poco estaba sentado leyendo en un banco de la calle donde los rallos de sol del otoño calentaban mi cuerpo. Cerca, una selección de contenedores de basura amplia donde, sin esfuerzo, cualquiera podia depositar su basura en el lugar designado para ello. Fueron muchas las personas que lo hicieron, pero ninguna en la forma adecuada para contribuir con lo que de cada habitante del planeta se espera; perdon, se desea visto lo visto. Cuando era joven no existian opciones, al menos tan cercanas. Hoy no hay excusas, pero es decepcionante nuestro comportamiento, tanto, que me gustaria que investigases sobre este tema en en pais nuestro que, poco a poco, estamos dividiendo como si se tratase de “una herencia de pocos”. Te animo a que sigas utilizando el periodismo como una ventana por la que solo entre el aire fresco, para ti y para quienes te seguimos.

Un abrazo de un seguidor gallego, ciudadano del mundo».