Corría el año 1992 cuando mi padre me recogió al finalizar la clase de psicomotricidad. Recuerdo subirme al Ford Sierra azul en la puerta del Colegio Público Henares de Mejorada del Campo y recibir la noticia de que mi bisabuelo Emilio se había ido para siempre.

No menciono los términos “muerto” o “fallecido” porque en ese momento, con apenas 5 años, no sabía lo que significaban. Era la primera vez que tenía que escuchar algo así. Y es curioso cómo, coincidiendo con estas fechas, uno se da cuenta por sí mismo de la verdad sobre los Reyes Magos (porque por mucho que te lo digan lo tienes que ver con tus propios ojos), mientras que, cuando se va un ser querido, es algo que te tienen que contar y hacer ver, a pesar de que antes de eso sepas de alguna forma que esa persona lleva una temporada lejos de ti.

La muerte no deja de ser un tema tabú. A medida que te haces mayor, eres más consciente de que los que te rodean, en mi caso generalmente más mayores que yo aunque ya tenga 30 años, también envejecen. Y temes que llegue ese día. Ese día en el que ya no estén y sólo queden sus recuerdos.

Hay algunos casos que nunca te acabas de creer, sobre todo si suceden a personas que se fueron antes de tiempo. Como  la vecina de Oropesa del Mar, que no tuvo tiempo de llegar a la pubertad. Cómo recuerdo su cara de diablilla preguntándome si tenía novia, aunque nos llevábamos varios años. Otras pasaron tan cerca de ti que te sientes culpable por haberte enterado muy tarde. Hablo de C., un compañero de juegos de mi infancia de quién ya hablé en el post -mi preferido- de “El árbol de la mesa redonda”. Y otras te parecen tan absurdas que cuestionas cómo pudo ser posible, como E., con quien coincidí en un campamento de verano.

IMG_20171230_105629

Aunque siempre insisto que por mi vocación periodística soy aprendiz de todo y maestro de nada, creo que nunca llegaré a comprender realmente este tema. Me pregunto, desde mí más convencido ateísmo, si ser religioso ayuda de alguna manera a esto.

Por todo ello, quizás no tenga más remedio que centrar mis esfuerzos en aprender a vivir. O en seguir aprendiendo. En disfrutar viendo emocionado a dos de mis mejores amigos con su primera hija en brazos, a mis abuelos, ya sin hermanos ni compañeros con los que tomar el fresco en su calle, celebrando dentro de poco su 60º aniversario o terminar el año de una forma muy especial con la mujer que amas.

El día de mañana no sé qué haré o qué pasará. Por ahora, en un rato iré a cantar feliz cumpleaños a mi madre y a darle dos besos, para seguir coleccionando momentos que me ayuden a aprender a vivir. Y a seguir disfrutando.

Feliz año.