– “¿Qué tal Jesús?”

 – Bien Diego. Bueno a ver, ¿amor? 100%, ¿salud? 80%, ¿dinero? Ahí vamos… 

Hace más de 13 años que conozco a Jesús. Un gran amigo que solía empezar la conversación con este clásico de interrogatorio. Las respuestas no están actualizadas, ya que ahora Jesús va a ser padre de una niña, quiere aún más a su novia, tiene controlada su epilepsia y gana dinero, aunque en unas condiciones bastante malas.

Así de «sencilla» es la vida para Jesús: salud, dinero y amor; y sin embargo ha pasado por todo tipo de complicaciones, personales y económicas fruto de la crisis. Tres pilares sencillos muy difíciles de mantener estables y en los que supuestamente nos tenemos que basar para decir la típica frase de: “he sentado la cabeza”.

Siento no sentar la cabeza

¿Qué es sentar la cabeza? En ningún momento pensé en ello cuando viví en Londres entre 2012 y 2013, mi particular «Las Vegas», es decir, donde cualquier cosa es posible, donde puedes dejar tu día a día atrás, ser quien quieras ser, divertirte y pasar tus limitaciones y miedos; un paréntesis en tu vida cotidiana. Pero ahora, con trabajo estable en Madrid desde hace más de dos años, mi formación académica casi completa e independizado, volver a Londres sería como volver al mismo campamento de verano un año después. Nada sería como antes.

A veces siento ir un paso por detrás de los demás. Siento hacer lo que se supone que debo hacer y no lo que realmente quiero. No consigo entender por qué el concepto de «sentar la cabeza» va ligado a tener un trabajo, independizarse, tener una pareja, vivir con ella, casarse y tener hijos. Quizás es porque no me ha salido bien la tercera parte, es decir, el encontrar a alguien que complete aún más mi vida. Una vida satisfactoria, siempre rodeado de buena gente, pero insuficiente. Y me enorgullece ser realista, porque lo que me importa es que los míos gocen de buena salud, y al mismo tiempo inconformista, ya que lo mejor siempre está al llegar; al menos que llegue un estado frecuente de éxtasis.

Como dijo un profesor en la carrera de Periodismo, «la felicidad no existe, solo existen los momentos de felicidad». Coincido. Ser feliz es recolectar momentos, experiencias y decisiones, aunque a simple vista parezcan insignificantes. Y en el último año, he decidido vivir todos los posibles: viajar a Nueva York, Washington y Boston, reservar un Viaje para Malasia, operarme de los ojos, hacer un workshop con daneses en las oficinas de Google de Dublín, repasarme un tatuaje, ser portero de mi equipo de fútbol, contratar un nutricionista, ir a Fabrik por primera vez, conocer a todas las personas nuevas que pueda y tener cada vez más respeto, pero menos vergüenza.

Leí una vez el caso de una periodista norteamericana que lo dejó todo para irse a vender helados a una isla exótica. Decía que «si estás constantemente pensando que necesitas unas vacaciones, quizás lo que necesitas es una nueva vida». Aún no quiero llegar a tal extremo, aunque me lo he planteado, pero estoy en busca de esa nueva vida a base de impulsos como los del anterior párrafo. Dejar que la racionalidad no gane en la balanza a los impulsos.

Por eso, sin darle dos vueltas, decidí publicar hace unas semanas mi primer rap: Miopía, que resume en apenas minuto y medio los últimos acontecimientos de mi vida, con el broche final de la operación de mis ojos en el momento en que necesitaba ver todo con mayor claridad. Curioso, ¿verdad? 

Si alguna vez Jesús (para mi Suso), decide volver a preguntarme: ¿salud? ¿dinero? ¿amor? Diré que de lo primero mi familia ha sido golpeada en 2015, pero miramos 2016 con toda la ilusión del mundo, lo segundo no me importa y lo tercero, que quiero y me quiere mucha gente, aunque aún no haya sentado la cabeza. Y sí, siento no sentar la cabeza. Interpretar ese «siento» como «sentir» o «pedir disculpas», ya es cosa de los demás.