Juliana es capaz de decir «libiana» en vez de lesbiana, «Yugoslava» en vez de Rubalcaba y «Río de Jairo» en vez de «Río de Janeiro», pero a sus 83 años ha vivido mucho y sin quererlo es capaz de decir frases muy profundas. En la última de ellas afirmó que «cada año las Navidades son peores, ya que solo tenía sentido cuando estábamos todos».
Juliana ha confesado estar de bajón y lo que ella no sabe es que su único nieto también lo está. Fue hace diez años cuando empecé a odiar las Navidades, y todo por ver una película de las gemelas Olsen en la que me enamoré perdidamente de Ashley, aunque no me gustan las rubias. Ese día salí a correr en un intento desesperado por lograr un cuerpo de escándalo en solo 24 horas. Pero ahora me doy cuenta que todo el deporte que hago en esta época es para despejar mi cabeza y aliviar mis inseguridades.
Por entonces solo tenía los parciales de la universidad como única preocupación, pero ahora, además del trabajo, están otros asuntos personales que influyen en cada una de las cosas que hago durante el día. Cosas que el otro día hicieron que el 24 de diciembre por la noche me fuera al campo a andar 10 kilómetros mientras escuchaba Milenio3. Cosas que hicieron que viese Love Actually en pijama mientras comía una tableta de chocolate con almendras. Cosas que me llevan a hacer videos absurdos de seis segundos.
No soporto las Navidades. No soporto empezarlas en un tanatorio ni saber que hay muchas personas que las pasarán solas. No me hago a la idea de que ha terminado otro año en el que podría haber hecho muchas más cosas, no aguanto ver a Madrid abarratado ni haber perdido la magia en los Reyes Magos. Como tampoco tolero las felicitaciones navideñas en redes sociales y demás de personas que en el resto del año desaparecen. Cuánta hipocresía.
Dicen que en Navidades somos más solidarios, pero yo creo que nos volvemos más egoístas. Será porque tenemos más tiempo libre, porque nos proponemos nuevas cosas para el año siguiente o porque cuando quemamos deseos el 31 de diciembre, después de la salud, nos miramos el ombligo.
Quién sabe, quizás no me gusten estas fechas porque, por parte de Madre, nos reunimos casi todos los domingos y un 31 de diciembre es un día cualquiera. O simplemente porque mi yaya está de bajón o yo de mala hostia. Pero que más da, no creo que nadie lea este artículo, aunque a servidor le sirva como terapia.
La Navidad es como un plato de caracoles. O te encanta o la aborreces. Y para mí, el mayor premio de las Navidades es pasarlas… pero lo más rápido posible.