Volveré a empezar

«Desde que tengo cáncer, duermo mejor por las noches». Son palabras de Walt, protagonista de Breaking Bad. El diagnóstico de su enfermedad cambió desde el primer día la vida de un hombre cincuentón y muy brillante que decidió dedicarse a una enseñanza monótona en vez de hacer millones con su negocio. Todo lo contrario que una mujer de su quinta, esta vez real, que aterrizó a Nueva York con 25 dólares para convertirse en la Reina del Pop: Madonna. La estrella norteamericana llegó a confesar que «prefería vivir un año como un león en vez de 100 comBreaking bado un cordero». Sin embargo, se trata una leona fuerte, exitosa y astuta que ha cumplido 54 años.

Y está segura de lo que quiere. Pero los demás tenemos que saber mentir, como cuando nos preguntan en las entrevistas dónde nos vemos dentro de cinco años. Yo no sé ni lo que quiero -ni lo que debo- hacer la semana que viene. Escucho las series en inglés para apuntarme las palabras que me suenen interesantes en Word, finjo entender la política e interesarme por todas las novedades tecnológicas, pero tengo el coche en punto muerto. Nulo. ¿Debo preocuparme porque la música no esté entre mis 10 primeros hobbies? Para nada, estudios recientes demuestran que no estoy solo. Pero no conozco a nadie que no le emocione viajar y desde que llegué de mi aventura en Londres me encuentro en esa situación.

Por eso necesitaba liberarme. El domingo competí por primera vez en una carrera popular de 10 km. El running es 70% esfuerzo psicológico y en mis momentos de lucidez le di alguna vuelta a la cabeza: ¿Qué hago corriendo? Históricamente, el ser humano ha utilizado este recurso para perseguir o huir de alguien. Pero ahí seguía; corriendo desde una salida a una meta impuesta. Y la terminé, por supuesto muy orgulloso, pero no feliz, porque me hubiera gustado correr a donde me hubiese dado la gana. Me lo apunto: «Estar orgulloso no siempre significa ser feliz«.

Nulo

Es curioso. Con el cambio horario los días son más largos aunque siento que se me está acabando el tiempo. No hablo de esperanza, sino de momentos que se resisten a llegar y de los que se supondría que contaría a mis nietos durante mi feliz vejez. Pero nunca se me olvida, como cada vez que voy a jugar al frontón, que golpear a la barra metálica con la pelota es nulo. Y se repite la partida. Y se vuelve a empezar. Pero ahora con dos pelotas. Y con una canción que he descubierto.