Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), el número de matrimonios rotos durante el año pasado volvió a crecer. Por su parte, la empresa de juguetes Famosa dio a conocer en 2010 un estudio en el que se observó que los niños prefieren cada vez más juegos sedentarios e individuales. Además, los últimos datos y estadísticas recogidas muestran que los españoles comemos menos en familia, una costumbre que, desgraciadamente, sólo es habitual en algunos domingos, festivos y fechas navideñas.
¿Qué tienen en común estas noticias? El individualismo. Hace unas décadas vivíamos bajo un ambiente de compañerismo, solidaridad y fraternidad. En situaciones difíciles, en crisis económicas, conflictos, y enfermedades, remábamos juntos en una misma dirección; o al menos, eso sentía yo en los años noventa y en las historias que me contaban mis abuelos –y bisabuela- sobre la segunda mitad del siglo XX. Por entonces, se compartían horas de radio, sartenes de gachas (yo lo sigo haciendo), juegos y conversaciones a veces anodinas, pero que estrechaban lazos entre una familia, un barrio o una comunidad de vecinos. Ahora, sin embargo, sé de personas que no conocen a su propio vecino del 2º B, cenan solas en el salón mientras ven la televisión, les cuesta expresar sus sentimientos e incluso, han llegado a decir eso de que “la mejor música es el silencio”. Personas, colores, diversidad.

En efecto, nuestros valores han cambiado. La competencia, los recursos que creemos ilimitados, los avances tecnológicos y sociales nos proporcionan, en definitiva, una autosuficiencia ilusoria. Porque nos necesitamos, pero al mismo tiempo, desconfiamos unos de los otros. Cuando vamos a una tienda ya no decimos eso de “fíamelo que te lo pago mañana” o como dice mi amigo Pablineitor en su blog, pasamos de largo sin mirar al portero. Si lo hay.
Podría seguir escribiendo y citar decenas de ejemplos, pero me centraré en uno que añoro, recuerdo con nostalgia y sonrío cada vez que lo veo y practico: tomar el fresco.
A finales de agosto del presente año fui a una casa rural de un pueblecito de Ávila con casi toda la familia. Una noche, mientras paseaba con mi prima Esther, nos hinchamos a dar las buenas noches a las personas que, sentadas en sillas con varios años en sus respaldos, nos miraban y saludaban con recelo y curiosidad. Y empecé a recordar.
Recordé las noches cálidas en la calle Madrid de Mejorada del Campo, donde no pasaban coches y en las que los niños del barrio ideaban juegos mientras los padres y los abuelos, acomodados en las típicas sillas de barrio, comentaban su vida con un ojo puesto en nosotros. Al menos, eso hacía “la Ninis”, “Julio” (y su ¡mande!) “la Carmen” (que se portaba genial en el aguinaldo), mi tía «Chus», “La Mari” y por su puesto, mis abuelos. Todos ellos, menos “La Mari” y mis yayos, han fallecido. Debe ser duro cómo la gente de tu quinta cae paulatinamente. Esos compañeros de juegos de cartas, momentos difíciles de la posguerra y conversaciones siempre típicas, pero adorables.
En los últimos veranos, sin embargo, mis abuelos se han tenido que ir a la plaza del pueblo con “La Pascuala” (cuyas galletas de coco están buenísimas) en un banco que no es el suyo, donde no hay tranquilidad y el «fresco» es diferente. Pero yo les escucho:
– Diego, “Pa fría la ensalá como decía el Tío Fanegas”
– “Cómo decía la tía asunción, otros ochenta y tantos no voy a vivir”.
– “Pareces el borrico del tío Teodoro”
– “Eres más nervioso que la perra de la tía Gabriela, que estaba sorda y enseguida se ponía a ladrar”.
– “Con la mirada me basta, como decía el tío Matacán”.
– “El padre de la Reymunda, el Tío Piloncho, se compró una pelliza muy pequeña que vio en un maniquí. Aunque no le valía, se la ataba con una cinta en el ojal”.
– “Ese es huevoscosidos. Le llamamos así porque un toro le pilló un huevo”.
– “Hay uno en el pueblo que puso a sus dos hijos Mariano”
– “A ese le llamaban choruzo gordo porque nació con 5 kilos. Y a su hermano semental porque se tocó en el cine y salpicó a una mujer”.
Por eso, cuando me preguntan “Y este chico, ¿de quién es?”, digo con orgullo, “De Goyo y la Juliana”. Con ellos tomé el fresco. Y lo echo de menos. El fresco y todo lo que conlleva: despreocupación, tener la mente vacía y aclarar las ideas. Incompatible. Lo sé. Me siento raro. Es como si el propio blog me hubiera absorbido. Mi mente, mi optimismo e ilusión están en una laguna enorme desde hace un año. Pero no me hundo. Es como si no me apeteciera escribir. Pero sigo escribiendo. Porque cuando pase un tiempo, y si consigo lo que quiero, me gustará leer artículos como este. Me voy, necesito tomar el fresco. ¿Te vienes conmigo?

Si me lo permites, añadiria a este articulillo una cancion de Serrat, basada como muchas otras en una poesia de Machado. ¿recuerdas el todo pasa, todo queda, pero lo nuestro es pasar?. Y si, asi es la vida y nuestras vivencias, aunque a veces, lo que viene sea peor que lo que hemos tenido, pero es un reto continuo, una memoria diaria, una evolucion sin mas. Creo firmemente que nuestros ancestros han tenido una vida mas intensa, una vida mejor porque han tenido siempre necesidades primarias que cubrir, y eso querido, hace que la gente se desvie menos hacia las cosas superfluas. No necesitaban wi-fi, ni satelites, ni volar en avion para comunicarse, verse, tocarse. Tomaban el fresco SI, y con el tomaban conciencia de los problemas de las familias, de las necesidades y de los cotilleos del pueblo. Fijate, vivian sin Salsa Rosa y otros deprimentes programas, no tenian tele, escuchaban una radio «colectiva» y habia comunicacion, cosa que hoy por hoy querido, es casi imposible.
Suscribo todo lo dicho. ¡Muchas gracias! Y muy buena la comparación de tomar el fresco y conciencia de los problemas y las necesidades que les rodeaban. Ahora se les llamará analfabetos funcionales por no saber controlar un ordenador (la mayor parte) o enviar un mensaje de móvil, pero de lo que de verdad importa, de todo lo que he escrito y tu has añadido, saben mucho.
Qué grande este post, Diego. Esa generación entrañable vive el ocaso de sus días y, como dices, tiene que ser muy duro llegar a cierto punto en que ves marchitarse todo a tu alrededor. Este es un tema que me raya bastante desde la muerte de mi abuela hace dos años. Nuestra generación, la de la revolución tecnológica, la era de internet, la del individualismo como dices en este post tendría mucho que aprender de sus abuelos. Quién nos verá en nuestros 70 hablando de trending topics, e-mails y iTunes sonando como unos carrozas!!
Pdta: esas gachas tienen una pinta tremenda. Iguales que las de mi padre!
jeje Muchas gracias por pasarte por Lagunas compañero. Yo creo que se puede compaginar perfectamente la tecnología, pues es inevitable que su uso nos facilita la vida, con el afecto, la comprensión, el diálogo y todos los valores que tienen nuestros abuelos. Mi abuelo para mi es un referente (en el artículo «El Árbol de la mesa redonda» podrás ver por qué), y todo un ejemplo para seguir. Él, tu abuela, nuestras yayas y yayos. Por cierto, refrendo lo de las gachas. Te espero el lunes para tomar el fresco!!!!
Hermano, me ha encantado leer tu post. Lo tenía pendiente y hoy que el trabajo está algo más parado he visitado tu blog.
Me tienes que pasar ese contacto, mi espalda a veces también parece un cromo.
Me encanta ver como estoy presente en tu vida. Marruecos (ahí estuve, bolos (esa partida la jugue también) y Parásitos (el equipo en el que juego desde hace cinco años).
Un abrazo. Un placer leer lo bien que escribes!!
Que alegría leer comentarios como este después del curro. Jeje, Pablito, aunque no lo sepas, me sirves de inspiración en muchísimas cosas. Tu dinamismo, voluntad, alegría y cariño, todo eso es muy contagioso y no puedo más que alegrarme de tenerte en mi vida.
Por cierto, ya he pasado el teléfono a otro colega para que trate a su tía, mi prima también ha pasado «consulta» y la semana que viene me toca la segunda sesión lo más seguro. Te dejará nuevo, ya verás. Un abrazo fuerte y mil gracias!