Siento que Los Simpsons sea un ejemplo tan socorrido en este blog, pero ver los mismos capítulos durante 20 años hace que recuerde la mayor parte de las escenas, un perfil muy cercano al friki de la tienda de cómics (¡ouch! Lo he vuelto a hacer). Resulta que Marge, parienta lejana de la madre de Miguel Bosé, le preguntó un día a Homer de qué color tenía los ojos, tras más de dos décadas conviviendo juntos. Y Homer, absorto y perdido en sus distracciones -como en un mono tocando los platillos-, no fue capaz de contestar a la pregunta, aunque podría haber dicho todos los ingredientes de la cerveza al detalle.

Quizás estéis leyendo este artículo (¡insensatos!) en un Smartphone, un mercado que no para de crecer en España. Si es así, os invito a dejar el móvil y escuchar a la persona que os está hablando, a mirar al chico con ese flequillo tan bien peinado que acaba de subir al autobús o, simplemente, a levantar la cabeza y sentir los últimos retazos del sol en un jueves cualquiera. Y no hace falta que se le digas por whatsapp a tu amigo/a de Pilates. Guárdate ese momento para ti mismo/a.

¿De qué color tengo los ojos?
¿De qué color tengo los ojos?

Según un estudio desarrollado por CCP Móvil Seguro, uno de cada tres españoles prefiere perder un avión o el regalo de su pareja antes que su teléfono móvil y no se despega del aparato ni para ir al baño, entre otras conclusiones. Una reflexión interesante, aunque para llegar a ella basta sólo con observar. Observar, esa necesidad que incluso debían de cumplir Los Sims, el juego social-virtual por excelencia en el que se está convirtiendo nuestra vida.

Por ejemplo, en una fiesta en la que estuve hace un par de meses, se creó un grupo en el whatsapp por el que la gente se comunicaba, ¡aunque todos sus miembros estaban en la misma sala! No estoy dudando de su utilidad. Es una aplicación fabulosa para comunicarse a distancia (entiéndase una distancia amplia) en cuyas redes caeré muy pronto, si finalmente culmina mi proyecto en el extranjero. En definitiva, el Whatsapp no es bueno ni malo, sino lo que nosotros hacemos con él. Lo mismo ocurre con una piedra, cuyo uso puede ir desde construir una catedral hasta romper la luna de un coche, sin duda tentador.

Lo bueno de los Smartphones es que, como dijo el gran Paquirrín, los hombres podemos hacer dos cosas a la vez: “cagar y tuitear”. De ahí que los chicos, según el estudio, sean más adictos que las chicas. Pero esto no quita que, si nos olvidamos el móvil, entremos en un estado de ansiedad, como han afirmado personas cercanas a mí, ni que Homer Simpson no sepa de qué color tiene los ojos su esposa: avellana. Mmmmm avellaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaanaaa.