Una cuestión de pequeños detalles
Identidad digital. Quedaos con esas palabras. Todos tenemos una desde que decidimos entregar nuestra vida y privacidad a Internet, en especial a Facebook. Si no, probad a poner vuestro nombre y apellidos en Google. La obra maestra de Mark Zuckerberg, que acaba de cumplir 10 años, puede hacer prácticamente lo que quiera con el contenido que subamos a nuestro perfil. Si. Yo tampoco me leí la letra pequeña y soy responsable de lo que hago. Pero ¿y vuestros hijos?
Ver la foto de un bebé en Internet es enternecedor. Shakira y Piqué se encargan de recordarlo cada día. Pero ese niño, de apenas un año, ya tiene un rastro digital que, aparte de no haber sido consultado, nunca podrá borrar. Algo así como un bautizo. Ese bebé no tiene capacidad para decidir si quiere o no creer en la religión, al igual que ocurre con la exposición de su cara en la red. Qué tiempos aquellos en los que una fotografía duraba años en nuestra mesilla de noche, en los que mirábamos los álbumes familiares o tomábamos fotos imperfectas, aunque selectivas, en los viajes de verano.

Ahora cambiamos la foto de perfil de Facebook semanalmente, tomamos centenares de fotografías que quedan en el olvido y compramos portarretratos electrónicos que, confesémoslo, tenemos la mayoría de las veces apagados. Hay menos bautizos católicos, pero muchos digitales a merced de Internet, el Dios moderno.
Nunca leemos la letra pequeña. Es curioso, porque haciendo un símil siempre nos perdemos los pequeños detalles de la vida. Y una foto en el escritorio es un detalle maravilloso que, independientemente de su dimensión, se hace grande con el paso de los años. Muy grande en nuestro recuerdo y memoria que hemos decidido entregar a personas como Zuckerberg. Felicidades por los 10 años de Facebook, Mark.