Marylin Monroe, una mujer con fortuna pero sin suerte, murió un 5 de agosto de 1962. El día en el que yo nací 25 años más tarde. Sus fragmentos muestran a una mujer que pedía auxilio y cuya debilidad escondía en público con maquillaje y una espléndida sonrisa. La actriz más hermosa del mundo nunca vio un puente feo. 

En uno de mis cumpleaños, y ya van 26, mi familia me regaló una tarjeta que reflejaba, gráfica y textualmente, los acontecimientos más importantes que tuvieron lugar un 5 de agosto. Sin ánimo de descubrir nada, leí que Marilyn Monroe falleció un 5 de agosto de 1962.

La sensualidad de la estrella norteamericana siempre ha despertado mi interés. Espontánea, natural, bella. Nunca he visto a nadie cantar cumpleaños feliz como lo hizo a John F. Kennedy semanas antes de su muerte prematura, el 19 de mayo de 1962. Y eso que mi dulce profesora de inglés en Londres, Rachel M. lo intentó emular con mi nombre y apellidos el año pasado. No voy a negar que me emocioné delante de la clase y pensé lo que tuvo que sentir Kennedy ese día ante millones de personas. Mi amigo J. sabe de mi pasión por la protagonista de “Con faldas y a lo loco” y, al no tener dinero, arriesgó su honor y una multa considerable cuando robó en Roma un mini retrato suyo que me dio con mucho cariño.

No quiero entrar en la polémica muerte de Marilyn ni en sus cualidades o defectos como actriz, aunque tengo pendiente ver con calma alguna de sus películas. Tampoco me interesa –miento- su mítica imagen en el conducto del aire. Lo que me fascina de ella, aparte de su belleza, son sus poemas que recogió en un magnífico reportaje El País Semanal. En especial, admiro sus reflexiones sobre los puentes.

MarilynMonroe
Marilyn Monroe

Esos fragmentos desordenados reflejan los sentimientos de una persona sola y cansada, muy cansada. Extraño en una mujer acostumbrada a estar rodeada de muchas personas. «¡¡¡Sola!!! / Estoy sola-siempre estoy / sola / sea como sea», escribe en la primera página de un cuaderno. Como si de un especialista de Mentes Criminales se tratara (en este caso de mentes brillantes), de los escritos de la rubia de oro se desprende que hablamos de una mujer nerviosa, insegura, de frágil autoestima y angustiada. Pero al mismo tiempo culta, atenta y creativa que pedía auxilio como en los míticos mensajes del Titanic: «Socorro, socorro, / socorro. / Siento que la vida se me acerca / cuando lo único que quiero / es morir”.

Y lo hizo. En principio al ingerir un frasco entero de Nembutal, pero Marylin barajó otras opciones de quitarse la vida:

¡Ay! ¡Maldita sea! Me gustaría estar muerta -absolutamente no existente- / ausente de aquí -de / todas partes pero cómo lo haría / Siempre hay puentes- el puente de Brooklyn / Pero me encanta ese puente (todo se ve hermoso desde su altura y el aire es tan limpio) al caminar parece / tranquilo a pesar de tantísimos / coches que van como locos por la parte de abajo. Así que / tendrá que ser algún otro puente / uno feo y sin vistas -salvo que / me gustan en especial todos los puentes- tienen / algo y además / nunca he visto un puente feo.

Son palabras angustiosas pero también maravillosas. Marylin tenía razón. Yo nunca he visto un puente feo. Todos esconden algo. Algunos recogen candados de sueños y relaciones (como en Venecia) otros inspiran respeto por su majestuosidad (London Bridge). Pero no me atrevo a decir que hay un puente feo. Si acaso, habrá puentes cuya historia no conocemos.

El maquillaje, los focos, los romances su espléndida sonrisa…. Había muchas cosas por las que Marylin escondía su verdadera identidad. ¿Donde habría llegado si hubiese sido una mujer estable  y con mejor suerte –no fortuna?- Me gustaría preguntárselo en el cementerio Pierce Brothers Westwood Village Memorial Park, Los Ángeles, donde está enterrada. Pero me conformaré con susurrar unas palabras en el puente más cercano.