En los últimos meses se ha especulado mucho sobre la Gioconda del Museo del Prado que ya descansa en las paredes del Louvre de París. Para unos, como mi buen amigo H., amante del buen arte, no es más que un fenómeno al más puro estilo “La nave del misterio” (un tema que, por cierto, Iker Jiménez cubrió hace poco en su programa). En mi caso, no deja de indignarme  la media sonrisa (¿o debería decir ilusión óptica?) que Leonardo da Vinci se empeñó en dibujar para la eternidad hace más de cinco siglos.

El arte es complejo, pero yo soy más para interpretarlo. Supongo que el arte, como la belleza, está en el cerebro de quien mira. Mis cuadros favoritos son dos. Uno, Los fusilamientos del 3 de mayo(Goya), cuadro al que entrevisté en primero de carrera en uno de los ejercicios creativos de Redacción Periodística y con el que crecí en la casa de Maeztu (Vitoria) donde veraneaba. El segundo es más abstracto, como los dibujos que hacía en clase cuando me aburría: Composición con rojo, amarillo y azul (Piet Mondrian).

¿Qué tienen ambos en común? Que me hacen sonreír. En cambio, la Giaconda sólo me hace dudar. Según el “Estudio sobre la felicidad en 2011” elaborado por el Instituto Coca-Cola de la Felicidad, “dos de cada tres españoles se siguen declarando felices a pesar de la crisis”. No escribo este artículo para pediros que seáis felices, sino para exigir que sonriáis. “Sonreír, leo en un grupo de Facebook, no significa que sea feliz, significa que soy fuerte”.

La sonrisa de Gioconda

La Gioconda no muestra esa sonrisa profident, sincera y segura que tan importante es en la actualidad. Históricamente, el hombre ha dejado su huella y prueba de existencia a través del arte: “el reflejo del mundo”, “la firma de la civilización”, recoge mi libro de frases célebres que compré de adolescente en el Alcampo. No es por menospreciar a sabios e intelectuales, pero quien es recordado en este mundo, al menos en el mío, es aquella persona que sonríe a pesar de las dificultades.

Esta máxima la he intentado cumplir a lo largo de toda mi vida. Pero ¿y los artistas? ¿Cómo influyeron sus estados de ánimo en sus respectivas obras? Cómo no me veía con fuerzas para entrevistar a Goya, decidí consultar a una persona más cercana, mayormente uno de mis mejores amigos. Según J. M. O., licenciado en Historia por la Universidad de Alcalá de Henares y alumno del Máster en estudios avanzados en Historia del Arte Español (Universidad Complutense de Madrid), “cualquier artista expresa en su arte cada momento vivido. Hay unos que lo muestran más, como es el caso de Van Gogh, cuya vida fue algo desgraciada, y otros que se dejaban guiar por los temas influyentes de la época”. Como caso paradigmático destaca Caravaggio. Su obra, dramática e incluso cruel, ha sido achacada por muchos investigadores a su carácter casi asesino. Sin embargo, J. M. O., opina que, simplemente, “le gustaba pintar lo que pintaba”. “Creo que la vida influye puede influir en el artista, pero en general es la demanda la que incita a pintar unas cosas u otras”, sentencia el joven pero experimentado historiador.

Extrapolando este razonamiento a otros ámbitos, me pregunto si el hecho de sonreír influye en nuestra vida laboral, social y personal o es la sociedad la que, como ocurría con las obras de arte, demanda o incita a sonreír para ser recordado. ¿Cuántas obras se han perdido por no dar la suficiente libertad creativa a un artista? ¿No os cansáis de ver una y otra retratos de reyes y obras de connotación religiosa? 

Echad un vistazo a vuestro alrededor. ¿Qué opináis del típico/a amargado/a del trabajo que nunca os sonríe? ¿Y del rancio compañero de clase? ¿Creéis que alguien les echará de menos? No hay nada de malo en sonreír. La risa ayuda a eliminar bloqueos emocionales y físicos. No digo que os fuméis un porro ni que os pase como al filósofo griego Crisipo, el cuál murió de risa en el siglo II a. c. después de darle de beber vino a su burro y ver como el animal intentaba alimentarse de higos. Ese sí que hubiera sido un buen cuadro, je je.

Por eso, querida Gioconda, arriesgándome a pasar el resto de mi vida entre rejas, no me importaría darte unos retoques (arte) como hizo Mr Bean (risa) en su película. Qué ironía. El arte de sonreír.

No os perdáis a Mr. Bean en el museo: